He escrito en muchas ocasiones sobre los Derechos de Autor y la mal llamada “piratería”. Sobre cómo estamos dejando que las grandes corporaciones y sus intereses comerciales, sean las que decidan cuales son las leyes que deben regir nuestras vidas. Y por supuesto, también cómo en nuestro país esto es más que evidente en nuestros días, con un Ministerio que parece el abogado de las grandes empresas, en vez de representar a TODO su pueblo.
También he mostrado como a pesar de todo ello, los nuevos modelos de negocio siguen adelante, en muchos casos mejorando la situación de los creadores. Y he puesto opiniones de expertos, con muchos más conocimientos que un servidor, sobre los atropellos de la industria y sobre posibilidades de futuro.
Últimamente he escrito menos sobre este tema, no porque no importe, en los últimos tiempos estamos viendo cómo se va a aprobar el ACTA, cómo en Francia ya se vulneran los derechos de sus ciudadanos y cómo en un par de semanas, en España, alguien que no es un juez, podrá incriminarme, juzgarme y darme sentencia. La razón ha sido que he entendido que ésta no es la forma de hacer entender a una parte y otra, el error que ambas cometen.
Mi intención no es decir que las empresas son el demonio: no lo son. No es decir que el “pirateo” esté bien: no lo está. Solo hablo de cómo la cultura está pasando de ser una característica del hombre, a ser una propiedad de las empresas.
Contaré una pequeña historia. Hace años, en EEUU, la propiedad de un terreno, incluía lo que había por debajo de ella hasta el centro de la Tierra y todo lo que estuviera sobre ella. En la primera mitad del siglo XX, comenzó la industria de la aviación. Allá por 1945, unos agricultores denunciaron que sus pollos imitaban a los aviones y se estrellaban contra las paredes de los graneros, lo cual evidentemente les perjudicaba. Más allá de si esto era así o no, como la propiedad de sus tierras incluían el cielo que había sobre ellas, los aviones les perjudicaban y pasaban por lo que ellos creían de su propiedad, les denunciaron por considerar que los aviones allanaban su terreno. La respuesta del juez fue la siguiente:
Si esto no fuera cierto, cualquier vuelo transcontinental sometería a los encargados del mismo a innumerables demandas por allanamiento. El sentido común se rebela ante esa idea. Reconocer semejantes reclamaciones privadas al espacio aéreo bloquearía estas autopistas, interferiría seriamente con su control y desarrollo en beneficio del público, y transferiría a manos privadas aquello a lo que sólo el público tiene justo derecho.
Esta historia la he leído en el libro Por una cultura libre de Lawrence Lessig, del cual, el autor hace un pequeño resumen en una charla de los TED de 2007 (vídeo que acompaña esta entrada). En él se cuentan varias historias como la anterior que nos hace recapacitar y ver con algo más de perspectiva la situación actual: avances de la tecnología y cómo las industrias afectadas por estas, intentan (con mayor o menor éxito) que no tengan lugar, consiguiendo las leyes necesarias. En algunos casos (cuando existía información suficiente), se producía un efecto de rechazo en la población, generando extremismos entre ambas partes, generalmente sin tener razón ninguna de ellas.
Se describen por lo tanto, situaciones muy similares a la actual, en la que desde un lado se crean organismos y leyes fuera de toda lógica (¿hace falta nombrar SGAE o la LES como ejemplos?) y rechazos de la población propiciados por estos (¿hace falta nombrar el uso privado ocasional de redes P2P como ejemplo?). Una lectura más que recomendable.
Descarga del libro Por una cultura libre.